Oleksandra Matviychuk, defensora ucraniana de los derechos humanos, directora del Centro para las Libertades Civiles, que se convirtió en una de las galardonadas con el Premio Nobel de la Paz en 2022.
Fuente: Discurso de Matviychuk en el simposio internacional «Seguridad en Europa: dimensiones religiosas de la guerra y responsabilidad moral por la paz», organizado por la Universidad Católica Ucraniana en Múnich en el marco de la Conferencia de Seguridad de Múnich.
Soy defensora de derechos humanos y desde hace muchos años uso las posibilidades de la ley para proteger a las personas y su dignidad. A menudo escucho que la libertad y la dignidad humana son muy importantes, pero que los beneficios económicos, las cuestiones de seguridad o los intereses geopolíticos son más importantes.
Sin embargo, esta es una idea errónea. La libertad y la paz están indisolublemente unidas. Los Estados que violan flagrantemente los derechos humanos (matando a periodistas, encarcelando a activistas, dispersando manifestaciones pacíficas) representan una amenaza no sólo para sus ciudadanos, sino también para la paz y la seguridad en todo el mundo.
Por lo tanto, cuando los políticos toman decisiones basadas únicamente en beneficios económicos, cuestiones de seguridad o intereses geopolíticos, ignorando los derechos humanos y la libertad, incluso si esto genera beneficios a corto plazo, entonces todos deberíamos esperar un desastre en el futuro. Rusia es un claro ejemplo de esto.
Durante décadas, Rusia ha ido destruyendo gradualmente su sociedad civil. Pero el mundo civilizado no le prestó atención durante mucho tiempo. Continuaron estrechando la mano de Putin, construyendo oleoductos y haciendo negocios como de costumbre.
El mundo trató con desdén incluso la anexión de Crimea, que se convirtió en un caso sin precedentes para la Europa de la posguerra. Y ahora, como defensora de los derechos humanos, me encontré en una situación en la que la ley no funciona. Las tropas rusas bombardean deliberadamente edificios residenciales, escuelas, iglesias, museos y hospitales. Atacan los corredores de evacuación.
Torturan a la gente en campos de infiltración. Se llevan a la fuerza a niños ucranianos a Rusia. Prohíben la lengua y la cultura ucranianas. Secuestran, roban, violan y matan a civiles en los territorios ocupados. Y ninguna institución de la ONU puede detenerlo. Esta guerra convierte a la gente en números. Les devolvemos sus nombres.
Esto es exactamente lo que hacemos, porque las personas no son números y la vida de cada persona importa. Aquí hay una historia de nuestra base de datos. La historia de Iliya Matvienko, de 10 años, de Mariúpol. Cuando Rusia intentó rodear la ciudad, no permitió que el Comité Internacional de la Cruz Roja abriera corredores verdes para la evacuación de civiles.
Por lo tanto, Iliya y su madre, como muchos otros residentes de Mariúpol, tuvieron que esconderse en el sótano de los bombardeos rusos. Derritieron la nieve para obtener agua, encendieron un fuego para cocinar al menos algo de comer. Pero cuando se acabaron los suministros, se vieron obligados a salir y se encontraron en el epicentro del bombardeo.
La madre de Iliya se golpeó la cabeza y al niño le arrancaron la pierna. Con sus últimas fuerzas, arrastró a su hijo al hospital, pero no recibió ayuda, porque antes de eso, los rusos destruyeron deliberadamente el hospital de maternidad y toda la infraestructura médica de Mariúpol.
Los colocaron en el sofá, donde simplemente yacían juntos, abrazados. Unas horas. Durante la conversación, Ilya, de 10 años, le dijo a mi colega que su madre murió y se quedó congelada en sus brazos.
Como defensor de los derechos humanos, tengo una pregunta: ¿cómo podemos nosotros, las personas del siglo XXI, proteger la vida, la libertad y la dignidad humana? ¿Podemos confiar en la ley o todo se decide por la fuerza bruta?
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